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lunes, 28 de noviembre de 2022

SACRAMENTO DEL MATRIMONIO: UN CAMINO A LA PERFECCIÓN CRISTIANA.

Colaboración Carolina Sierra.

 


 

Una mujer decía: “Mi esposo y yo decimos que somos un solo corazón y este corazón es totalmente de Cristo, el es el esposo amado y único de los dos que somos uno”

 

Algo que resulta especial en la fe católica es la designación del matrimonio a Sacramento, como enseñanza cristiana, un sacramento es un acto mediante el cual el creyente manifiesta su relación con Dios; el catecismo nos dice lo siguiente:

 

«En el Umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo- a petición de su Madre- con ocasión de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo».[1]

 



 

El vínculo del matrimonio es creado y vivido primeramente por Dios, en un primer momento en la alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel, Dios es fiel y ha elegido a su pueblo, le procura su bien.    Esta antigua alianza sirve de preparación para la Nueva y eterna Alianza, en la que el hijo de Dios se encarna, uniéndose con toda la humanidad, y entrega su vida para salvarla. Lo cual se manifiesta en el banquete de bodas, la Eucaristía. Cristo revela al hombre el amor del Padre, amor reciproco, total y fecundo, que es la vida divina.

 

«En el sacramento del matrimonio hay dos personas que entran al mismo tiempo en la esfera de la gracia. Esta gracia creada por el sacramento convierte al hombre y a la mujer en instrumentos inmediatos de la acción divina y en transmisores de la corriente de vida que se encuentra en Dios». [2]

 

De esta manera la unión matrimonial encarna y efectúa de manera única y con integridad exclusiva las dos acciones propias del amor más perfecto: la donación de la propia persona hacia el amado y la aceptación del otro que se entrega, así también la propiedad fecunda por la que engendran nueva vida, con lo que participan en la creación.

 

Pero de manera predominante aún y dentro de la Iglesia, se ha visto al matrimonio como un pacto sagrado, pero escasamente como una vía santificante. Teóricamente se cree y se proclama, pero en una praxis a lo sumo se relega a una vía poco eficiente para alcanzar la santidad, se inferioriza el Sacramento a tal extremo que pareciera predicarse como “necesidad para débiles de templanza”, “propio para fieles que no están dispuestos a dejarlo todo por Dios” o incluso categorizar a santos casados como una especie de “santos de segunda” … La admiración, respeto, aprobación o incluso amor a la vida ascética ha ido desvirtuándose a través del tiempo en una marginación del sacramento del matrimonio, pues es difícil entre jóvenes que se les presente a este sacramento como una vía de santificación eficiente y canal de Gracia real. Los jóvenes que optan por hacer votos conyugales suelen llevarse de la Iglesia que espera de ellos un acatamiento a la orden de ser “fructificaste” que la de haber recibido un don, un regalo, un privilegio donde pueden ser total y perfectamente santos (tomado el concepto de perfección como:  Que tiene todas las cualidades requeridas o deseables, que está completo) Este desbalance y mala valorización de las vocaciones ha llevado a personas a la frustración, a la duda del favor eficaz de Dios y a ver a su matrimonio como incluso una cruz que merecían, un ejemplo que debido citar es el de siguiente santa: Deseando la unión más cercana con Dios y probablemente debido a la enseñanza sobre la superioridad del celibato, Celia Martin buscó ingresar a la vida religiosa en su momento, no pudiendo e incluso llegándose a casar, llegó a llorar en su noche de bodas porque todavía soñaba con ser una monja y darle a Dios un corazón indiviso. Años después de tener hijos, Santa Celia tuvo la tentación de dudar de su verdadera vocación.  Pero una mirada a sus hijos hizo que Celia se diera cuenta de que rendirse a la voluntad de Dios es la mejor receta para la paz y la santidad. Y una mirada a su santo esposo debería haber conmovido en el corazón de Celia las palabras eternas de la Reverenda Madre a María en The Sound of Music: “Hija mía, si amas a este hombre, no significa que ames menos a Dios”. Si Santa Celia se hubiera convertido en monja, la Iglesia habría sido privada de al menos una santa, su hija, Santa Teresa.

 

 


Algunas parejas malinterpretan las enseñanzas de la Iglesia sobre una superioridad del celibato sobre el matrimonio en lo que respecta a las vocaciones de sus hijos. Como resultado, algunos padres han llegado a presionar a sus hijos para que ingresen al semanario o a la vida religiosa y expresan decepción después de que ellos abandonan, como si sus hijos les hubieran fallado. Por ejemplo, la madre de San Maximiliano Kolbe siempre quiso que el hermano mayor de Maximiliano, Francisco, fuera sacerdote. Cuando Francisco dejó el seminario y finalmente se casó, ella nunca llegó a aceptar su vocación.  

 

En algunos matrimonios difíciles, especialmente cuando un cónyuge cuestiona la “santidad” del otro, se cónyuge podría decirle erróneamente a su hijo: “Conviértete en sacerdote o religioso para que no tengas que experimentar esta cruz”. O, como Santa Celia, algunos padres devotos ocasionalmente pueden soñar despiertos sobre el sacerdocio o la vida religiosa, especialmente cuando su vida de oración “sufre” debido a sus hijos y su trabajo.

 

Desafortunadamente, podrían creer la mentira: “Si solo fuera un sacerdote o una monja, entonces podría ser un santo”.  

 

Tendemos como en todo a pensar en lo que carecemos que en lo que tenemos, imaginamos preciosas horas de devocionales a Dios que pudiera ofrecerse continuamente dentro de una vocación religiosa y minimizamos los sacrificios minutos de rito personal que se pueden brindar a Dios en una vida conyugal, somos muy cuantitativos, pero Dios siempre ha sido muy cualitativo.

 

Quiero entablar que la vida religiosa puede ser superior a la vida conyugal en un aspecto de la realidad debido a su contacto continuo al fuego de la Presencia divina, más no superior en todo aspecto pues en lo sagrado no hay grados pues lo perfecto no puede convertirse en “más perfecto”  y si no puede ser más perfecto tampoco puede darse el una cosa “ser mas perfecto” pues fuera de facilidades de lenguaje solo indicaría una carencia antigua transformándolo así en imperfección, a lo mucho se convertiría en un distinto tipo de perfección. En la parábola de las monedas de oro se les dio “lo perfecto” a cada uno según sus capacidades y según ello se les fue reclamado, de igual manera la glorificación se le dará lo perfecto que sacie el alma individual. La vocación religiosa por un tipo de superioridad ontológica será más demandada pues a quien más se le da más se le exige, pero la vida conyugal en su superioridad sacramental (como cada sacramento en su categoría de sagrado es superior es un aspecto) tendrá la carga de ser maqueta vida de la relación con Cristo con la Iglesia ante el mundo y deberá dar cuenta de ello y cultivar virtudes propias a toda vocación como el autosacrificio, la abnegación, la templanza y la caridad.

 

Un motivo histórico de la prevalencia de personas célibes en el catalogo de los santos fue el prejuicio que se tuvo de frente a la sexualidad se le consideraba como fuente de pecado; lo único que excusaba de pecado en el ejercicio conyugal de la sexualidad era la razón de servir a la procreación; últimamente, la sexualidad ha sido reivindicada y se le mira como algo bueno y positivo; Dios creó al ser humano como varón y mujer y esto le pareció muy bien.  El matrimonio que, a causa de los prejuicios teológicos de otra época fue colocado en el último lugar de “septenario”, hoy es considerado como el primer sacramento de la historia; el “sacramento más antiguo”, lo llama un teólogo laico. Giorgio Campanini. 

 

La Lumen Gentium afirma explícitamente:

 

«Los esposos se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su esposa y se entregó a si mismo por ella» [3]

 

La teología posconciliar ha desarrollado ampliamente algunas categorías nuevas en torno a la pareja-familia como son: “imagen de la trinidad”, “pequeña Iglesia”, “templo de la vida”. Estas categorías revelan la alta dignidad de la pareja-familia delante de Dios y de los hombres.

 

La perfección cristiana a la que está llamada la pareja-familia se inscribe en un proceso dinámico de crecimiento; la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et spes, aludiendo a esta perfección humana y cristiana emplea verbos en futuro:

 

«con la unión intima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutualmente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación y a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente a la glorificación de Dios»[4]

 

Es conveniente también traer a colación un documento magisterial como Amoris Laetitia del cual se resalta lo siguiente:

 

«La virginidad es una forma de amar. Como signo, nos recuerda la premura del Reino, la urgencia de entregarse al servicio evangelizador sin reservas (cf. 1Co 7, 32), y es un reflejo de la plenitud del cielo donde “ni los hombres se casarán ni las mujeres tomarán esposo” (Mt 22, 30). San pablo la recomendaba porque estaba un pronto regreso de Jesucristo, y quería que todos se concentraran sólo en la evangelización: “El momento es apremiante” (1 Co 7,29). Sin embargo, dejaba claro que era una opinión personal o un deseo suyo (cf1 1 Co 7, 27). Al mismo tiempo, reconocía el valor de los diferentes llamados: “Cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro” (1Co 7,7). En este sentido, San Juan Pablo II dijo que los textos bíblicos “no dan fundamento ni para sostener le “inferioridad” del matrimonio, ni la “superioridad” de la virginidad o el celibato” en razón de la abstención sexual. Más que hablar de la superioridad de la virginidad en todo sentido, parece adecuado mostrar que los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otros puede serlo desde otro punto de vista.  Alejandro de hales, por ejemplo, expresaba que, en un sentido, el matrimonio puede considerarse superior a los demás sacramentos, porque simboliza algo tan grande como “la unión de Cristo con la Iglesia o la unión de la naturaleza divina con la humana.

 

Por lo tanto, “no se trata de disminuir el valor del matrimonio en beneficio de la continencia [168] y “no se base alguna para una supuesta contraposición […] Si, de acuerdo con una cierta tradición teológica, se habla de estado de perfección (status perfectionis), se hace no a causa de la continencia misma, sino con relación al conjunto de la vida fundada sobre los consejos evangélicos” [169]. Pero una persona casada puede vivir la caridad en un altísimo grado. Entonces, “llega a esa perfección que brota de la caridad, mediante la fidelidad al espíritu de esos consejos. Esta perfección es posible y accesible a cada uno de los hombres. [170] ”»[5]

 

Es importante que cambiemos la perspectiva de que el matrimonio es un desvalorizado de la santidad de los fieles a un apartado muy distante de su vida si alcanza la santidad, cuando el hombre o mujer en esta vocación alcanza la meta deseada será precisamente por las multiformes gracias que recibió por medio del sacramento marital. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (1Jn 15,13). Esta acción es la expresión de la entrega total, sin reservas, por y para el amado quien a su vez también ama. Este amor correspondido es el mayor y más perfecto pues crea un dinamismo fecundo de bien que renueva y trasciende a los amantes, generando vida nueva. Cuando Dios es invitado a santificar este amor, la gracia lo renueva desde su origen y se convierte en signo eficaz por el que se derrama el amor de Cristo, dicha unión tiene su expresión personal y social formulada en el compromiso de los votos.

 

Dentro de los diversos modos de vida que pueden llevar a los fieles es necesario que siempre acudan a las ayudas sacramentales que Dios les ha dispuesto conforme a su llamado. Citando el catecismo vemos:

 

«Los sacramentos, como “fuerzas que brotan” del cuerpo de Cristo. (cf. Lc 5, 17; 6, 19; 8, 46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son “las obras maestras de Dios” en la nueva y eterna Alianza»[6].

 

Entonces no es viable catalogar a modo general una vocación como más “perfecta” para seguir y mucho menos más “feliz” para aspirar o todavía menos, más “fácil” para ser santificados… El Espíritu Santo actúa como quiere; nos dice el catecismo.

 

«El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para la iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio»[7]

 

Y es que como se mencionó más arriba, a quien más se le ha dado más se le pedirá. La santidad no es automática en ninguno de estos estados de vida, y el progreso en ambas depende de la colaboración libre con la gracia, de la generosidad con la que se cumpla la voluntad de Dios en el día a día, que del estado de vida al que nos llama Él, tengo más o menso ventajas. Reivindiquemos el sacramento del matrimonio como camino de santidad eficaz dentro del común pensamiento de los fieles.

 


 


Una objeción o más bien un obstáculo que tienen algunas personas para ver el matrimonio como un estado perfecto en si en pos de la perfección cristiana, es que lo ven como algo muy “mundano” y cualquier delicada es la línea divisoria entre las enseñanzas divinas y las enseñanzas gnósticas o incluso tintes platónicos, esa dualidad entre espiritualidad y carnalidad, materialidad o vida activa. Fueron los gnósticos primitivos quienes Creían que el pecado reside en la materia y, por eso, en el cuerpo. Cristo no enseña así, sino que el pecado tiene su fuente en el corazón, la naturaleza moral, del hombre. (Mc. 7,21-22). Fue Dios quien habiendo creado el mundo lo vio y dijo: “Es bueno”. Y es buena sus actividades en su correcto orden.

 

Ha de considerarse perfecta la acción de un monje en sus obras cotidianas, sus labores domésticas, hospitalarias, de conocimiento técnico, alfabetización, etc. Y Ha de considerarse perfecta la encomendada obra de un padre de familia dentro de sus tareas “mundanas” sanamente para el cuidado de su casa. La simbiosis perfecta creo recae en sacerdotes orientales donde tienen la más santa y divina de las tareas, la de consagrar el pan en el altar y con las mismas manos que conforme a la teología católica toca a Cristo es con las misma que luego toca a su familia que son las personas imagen y semejanza animadas del Dios vivo, cuan bello complemento. Debemos desechar la idea de que el matrimonio es un punto olvidable y para nada resaltable en la vida santa, debemos recordar que hay dos personas en las Escrituras elogiadas como los más meritorios en cuanto su santidad y cercanía al Señor, dos personas; un hombre célibe: San Juan Bautista, una mujer desposada y posteriormente casada: María Santísima… ¿No es acaso esto una evidente muestra de que la perfección cristiana es alcanzable en cualquiera de la vocación que nos encontremos? … Pero algunos tienen ciertas cuestiones en ver a María en su rol de esposa de un hombre, algunos dirían “ella no quería casarse” como si realmente pudieran demostrar el sentir de la virgen que no era otro que estar en el sentir del corazón de Dios o si aun y así fuese si su “querer” anulase sus votos matrimoniales o la desligada del rol de esposa donde humanamente la conoció el Divino Niño. Conforme al oriente y su cultura la joven María se casó de manera predispuesta por los padres, pero nunca vemos de ella oposición o un sentir de infortunio una vez concretado los votos, y no es piadoso atribuirle tales actitudes. Dentro de las criaturas la más perfecta de ellas Fue santa, devota y recatada siendo doncella, casada, madre y viuda; ella es perfecto modelo de viudas, casadas, madres y doncellas, y a ella debemos acudir como medio de todas las Gracias. Un invaluable ejemplo de inspiración para nosotros que llega a ser empañado con frases como “alcanzó tan gran mérito siendo casada pero solo ella pudo” como si sus proezas humanas no sean ejemplos válidos a la humanidad. Como si puede ser ejemplo de admiración, pero no ejemplo de imitación. En efecto, María es el templo sublime de perfecta sublime de perfecta consagración, por su pertenecía plena y entrega total a Dios. Elegida por el Señor, que quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación, recuerdo a los consagrados la primacía de la iniciativa de Dios. Al mismo tiempo, haciendo dado su consentimiento a la Palabra Divina, que se hizo carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por parte de la criatura humana.

 


 

¡En María se ve una consagración sin duda sin igual, es que ella misma es un sagrario! Sin embargo, que no se nos olvide que Dios no eligió para su hijo alguna terapeuta del desierto (movimiento judío precursor al monaquismo cristiano) sino una mujer casada, resaltemos este aspecto en las siguientes líneas:

 

Ante nosotros se encuentra la Inmaculada, la reina de todos los ángeles y santos, la Madre elegida del Creador y Redentor del mundo entero. ¿Y qué está haciendo? Vive la vida discreta de una sencilla ama de casa y madre de familia. Todo aquí es discreción, modestia, sencillez, gran pobreza, amor infinito al prójimo, dispuesto a ayudar ante cualquier necesidad.

 

Cuando las otras jóvenes y mujeres del pueblo la encuentran sacando agua del pozo, le sonríen y pasan de largo sin darse cuenta, que han saludado a la Medianera de todas las Gracias y Reina del Universo. Esta humildad y amor a la vida oculta, es la gracia especial de la Inmaculada para la familia, sin la cual una mujer nunca puede ser una buena madre y esposa.

 

Hagamos caso y “hagamos todo lo que él nos diga”, Jesús, la vida del Cristo es resaltada en diferentes culturas y credos como una vida admirable, respetable e intachable… Caracterizada por una ferviente acción predicadora, fue célibe más no nos ha llegado por partes de sus sermones algún indicio de que una vida célibe es superior a una vida matrimonial, cuando elige una característica propia con fervor quiere le imitemos opta por la mansedumbre y la humildad. Cuando le toca decir el acto más grade uno se esperaría renunciar a los bienes del mundo por amor a Dios, pero el Cristo dice dar la vida por los amigos, cuando sus apóstoles hablan de lo más grande del mundo uno es sorprendido por la respuesta del amor desinteresado, la caridad plena… Y a lo largo del Nuevo Testamento se resalta la imagen viva, pura y plena del matrimonio, es hermoso lo que dice el catecismo:

 

«La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26-27) y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero” (Ap 19, 9: cf. Ap 19,7). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su “misterio”, de su intuición y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación “en el Señor” (1Co 7, 39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5, 31-32)»[8]

 

Jesús estuvo casado en amor con su Iglesia y es en ese ejemplo real donde se ordena “maridos amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia que dio su vida por ella”… Y se ve en la realidad de la fe de una forma u otra se está desposado, en la vida religiosa se vive escatológicamente ese matrimonio divino que ha de esperase y en el matrimonio se ve esa relación afectiva de cuidado y atención que Dios tiene con su creación. De los primeros decretos, en el Edén, antes del pecado, no es la permanencia a un estado virginal, ni siquiera momentáneo sino a la inmediatez de una vida conyugal plena, oh cual hermoso misterio de unidad y compañía del cual la unión esposal es sombra. Y es que a diferencia del matrimonio la virginidad no es un sacramento ni una virtud en sí misma, sino que es aspecto de la castidad que es el correcto uso y decoro del cuerpo, de tal manera que aún esposos con matrimonios consumados pueden ser castos. Pero debemos tener cuidado con los peligros de los extremos límites a lo que llegaron reformadores declarando que el hombre debería ser casado para poder estar pleno o que el célibe era privado de dichas de las cuales no tenia dignidad, como si a un árbol de manzana se le dijese que está privado de frutos solo porque no tiene naranjas… Este antagonismo a la vida célibe fue apenas un aspecto de un antagonismo a la Iglesia en su conjunto y en ámbitos más extenso a la fe en su totalidad, se desprestigió la figura del monje como si su consagración no fuese verdadera y se ensalzó la figura del marido, pero nunca con carácter sacramental, era un atentado feroz y directo a las vocaciones. En la contrarreforma con el Concilio de Trento que fue una respuesta contundente a las declaraciones de los reformadores leemos en un apartado lo siguiente: “Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio [cf. Mt. 19, 11s; 1Cor. 7, 25 s 28 40], Sea anatema”.

 

 

 

Trento en un sentido amplio puso un alto oficial para evita la deconstrucción del sacerdocio que pretendía hacer el protestantismo por múltiples medios como hacer que gente ya estaba en vida contemplativa la dejé por estar casado.

 

Recordemos que el monaquismo empezó como tal primero por cuestiones escatológicas en Egipto con San Antonio Abad y después que se legalizó el cristianismo y cesaron las persecuciones, que el héroe cristiano dejó de ser el Martín ya pasó a ser el monje, estallando en un fervor popular. Desde mediados del siglo III cuando inicia el monacato, la Iglesia se benefició de múltiples y medios por parte de estas personas que dedicaban la plenitud de su tiempo al servicio, el pensamiento y la oración. La vocación religiosa en sin lugar a la menor duda un tesoro invaluable para la fe y querer proponer que determinada vocación hay más “dichas”, “favores” o “alegrías” es como decirle a un pez que necesita salir del agua para gozar la felicidad de un día de verano a la sombra de un árbol.

 


 

La vida ascética es propia de la humanidad pues sus rasgos son incontables en diferentes culturas y tiempos, aún y en judaísmo estuvieron desde temprano los terapeutas que era un movimiento que vivía en el desierto después de dejar todos los bienes y dedicándose a la oración y servicio generalmente de curación. Debemos tener en clara opinión que cada vocación tiene su belleza deslumbrante, sus dones inefables y sus frutos invaluable en favor de la vida personal, la Iglesia y el mundo; y es que a fin de cuentas tenemos un fin mundano siendo sal y luz para un mundo caído. Y en esto el sacramento del matrimonio juega un papel importante como dice un santo: “Cuanto bien hace un santo casado en el mundo, entrando en tantos ambientes en los que el sacerdote apenas interviene, y penetrando con una intimidad difícilmente posible para el sacerdote”. [San Charles de Foucauld]

 

Anqué quizá no sea popular en el imaginativo común, se puede vislumbrar al sacramento del matrimonio como lo más cercano a la realidad del Cielo, el cielo visto mas como una fiesta de boda que como un monasterio, una consumación más que una epifanía, un amor reciproco saciando todas nuestras necesidades y carencia más que un contemplar… Un grito de júbilo más que un silencio recatado y aún también decorado con las virtudes forjadas de la vida consagrada y sumergidos en un bautismo unitivo.

 

Enseñémosles a nuestras jóvenes la superioridad del amor encontrable en la vocación que Dios ha dispuesto para ellos donde puedan alcanzar la perfección cristiana y felicidad sana para sus vidas y sus próximos.

 

Por Carolina Sierra.

 

 




 

 

Publicado primero en: (La dueña dejo publicar este articulo)

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BIBLIOGRAFÍA



[1] CCE 1613

[2] K.W. El don del amor. p. 89

[3] Lumen Gentium. 41.

[4] Gaudium et spes. 48.

[5] Amoris laetitia 159, 166, 167, 168, 169 y 170

[6] CCE 1116

[7] CCE 1134

[8] CCE 1602

 

 



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